Involuntario

Soy yo, peleando, de nuevo. Contra mi peor enemigo. Aquello que me conoce tan bien y sabe mis debilidades. Que puede controlarme con solo mover un dedo. Que me impulsa a hacer cosas que no quiero hacer.

Mi pie.

Mi pie se mueve por las noches. Todo comenzó una noche en la que sentí un sobresalto y escuché el horrible chillido de mi gato; Trueno. Sabía inmediatamente que había sido mi pie el que había hecho un movimiento involuntario. Ahí mi pie se dio cuenta que tenía la oportunidad, vio una puerta y la atravesó sin miedo. Ganó completamente una pelea que yo no podía pelear en mis sueños.

A las dos semanas, en una noche volvió a ocurrir; mi pie volvió a decidir moverse por sí solo. Esa noche desperté con el resplandor de una pantalla de televisión en el rostro. Lo primero que vi, fue a mi pie izquierdo, con el control remoto de la televisión entre el dedo pulgar y el dedo índice del pie. En la pantalla, una película de un pingüino bailando. Creo que se llamaba Happy Feet.

A la semana volvió a ocurrir, desperté en medio de la noche con salpicaduras de aceite caliente sobre mi rostro. Mi pie estaba cocinando un rib-eye a las 4 de la mañana. ¿No se pone a pensar en el colesterol?

Y 3 semanas después, desperté y vi la cama completamente llena de tierra. Mi pijama estaba manchada de lodo. Mi pie izquierdo, lleno de cortadas y heridas. Para mi sorpresa, al salir al jardín descubrí algo inesperado. Un gran trabajo de jardinería en los rosales y flores. Así que eso estuvo bien.

Pero esto no se podía quedar así. Necesito cerrar esta etapa de mi vida. Pie. Sé que algún día leerás esto. Te va a doler leerlo. Pero no podemos seguir así. Mi psicólogo me recomendó dejarte. Tal vez en un futuro podamos reencontrarnos. Ya que hayamos madurado.

Adiós y buena suerte.

Sálvame internet.

¿Podría acaso existir un botón a la mitad de nuestras vidas en el que pudieras resetear o al menos regresar hasta algún momento de tu existencia? Imagínense regresar al momento de tu primer beso. ¿Harías lo mismo de nuevo?¿Exactamente igual que cómo lo hiciste anteriormente? ¿No cambiarías nada? Ni siquiera hacerlo de una forma completamente diferente. Porque… ¿qué sería de la vida si pudiéramos regresar a cambiar las cosas que nos han enseñado algo? Suficientemente tenemos con la libertad de explorar en internet cosas antes de equivocarnos, porque eso es lo que hacemos ahora. Buscamos, indagamos, nos cercioramos de cosas antes de experimentar, de sentirnos libres. Eso es sumisión de modo indirecto. Estamos en una época en la que no tenemos tiempo de equivocarnos. ¿Acaso hay algo malo en equivocarnos en algo que hacemos por primera vez? Ahí es donde está la magia de aprender. En emitir un juicio incorrecto para ser agredido por la falsedad de tu argumento. Ahí el espíritu se entrena para lo que viene. Pero no, hola Google, hazme la vida más certera. Hola Google dime cómo hago pulpo a la vizcaína. Hola youtube, dime cómo toco una canción en guitarra sin siquiera atreverme a sacarla de oído. ¿No es acaso irónico que la verdadera sabiduría venga del aprendizaje propio y vivamos saltándonos este paso para ahorrarnos tiempo, esfuerzo o cualquier otro sentir de valor que en realidad no lo tiene?

Lulú miró hacia la ventanilla de su autobús.

“Casa 468, calle Benedicto, voy bien por aquí”

Sus grandes ojos negros surcaban los números de cada una de las casas buscando su destino. Sabía que no estaba bien venir.

“Tengo que hacerlo”

Pero algo le hacía seguir arrastrándose a su destino; esa inconformidad de ser adolescente y tener incierto el futuro y el mundo por llegar. Siguió y al ver el número 472, se levantó de su asiento y tocó el botón para indicarle al chofer que quería bajar. El chofer del autobús se detuvo arrastrando las llantas traseras.

Lulú bajó, miró al frente y caminó sin detenerse. Miró su celular: 6:45 PM en la pantalla.

Lo desbloqueó. En un navegador de pantalla escribió: ¿Cómo terminar con tu novio?

3 segundos después aparecieron 411 mil resultados en la búsqueda.

“Termina a tu novio en 4 sencillos pasos.”  Se dijo a si misma.

“1er paso: Dile que tienes que hablar. 2do paso: sé honesta y concisa. 3er paso: No lo beses como despedida. 4to paso: Date la vuelta y no llores.”

Lulú sentía que tenía todo bajo control, como si no fuera a dejar que las cosas se salieran de control. Dio un respiro hondo. Muy hondo. Tocó el timbre de la casa 468 y el novio de Lulú, Raúl, salió. La vio a los ojos. Sabía que Lulú venía a terminar con él. Las señales se lo habían dicho. Lo había buscado en internet. Internet no mentía.

“Tenemos que hablar” Dijo Lulú, mirándolo fijamente.

“¿Hablar de qué?” Contestó Raúl prolongando lo obvio.

“Últimamente estoy sintiendo cosas por Jaime, y tú has cambiado mucho conmigo”

“Tú cambiaste primero, me estás echando la culpa”

“No sé cómo fueron las cosas, pero lo que sí sé es que ya no quiero ser tu novia”

“Me puedes regresar el suéter azul que te presté el día de la feria”

“Sí, te lo mando luego”

Lulú se quedó pensativa, sacó su celular, revisó el 3er paso, luego el 4to.

“¿Me quieres Lulú?”

“Sí, pero como amigos”

Raúl se inclinó para besarla, Lulú quitó el rostro.

“Adiós Raúl” Dijo, se dio vuelta y siguió caminando.

Raúl la vio alejarse de su casa. Sintió un nudo en la garganta al verla partir. Era su primer amor. ¿Qué iba a hacer ahora? Cerró la puerta de su casa. Subió las escaleras. Entró a su cuarto. Se acostó en la cama. Tomó su celular y en el buscador escribió: “¿Cómo curar un corazón roto?”

Círculo de humo.

El hombre apagó lo que quedaba de su cigarrillo sobre el cenicero. Había durado un instante, pero al menos había funcionado para alejar el dolor de su mente. Miró el reloj inmóvil. Congelado.

“Me da un cigarrillo por favor”. Dijo el hombre depositando una moneda sobre la barra.

“Aquí tiene”. Contestó el mesero recogiendo la moneda.

El reloj comenzaba a moverse. Al quemarse, el cigarrillo accionaba el sentido del tiempo y el espacio del que pendía la vida del hombre. Las bocanadas de humo eran palpitaciones que lo hacían despertar de su coma. El hombre volvía a ver, volvía a respirar, volvía a ser.

El hombre apagó lo que quedaba de su cigarrillo sobre el cenicero. Había durado un instante, pero al menos había funcionado para alejar el dolor de su mente. Miró el reloj inmóvil. Congelado.

Testamento de un cretino. (Minicuento)

Toda la gente de la sala enmudeció, sabían que era la hora de la verdad. Desde hace unos días les habían avisado de la muerte de Genaro Eloy y toda la ansiedad que se había acumulado, estaba cobrando libertad para escuchar las palabras que marcarían su futuro.

—Bueno ahora me dispongo a abrir el testamento con las últimas voluntades del Señor y Ciudadano Genaro Eloy, fallecido hace apenas 5 días. —Dijo el abogado, apurado para terminar esta “letárgica” reunión y poder ir a casa a descansar.

El tronar de la hoja del sobre rompiéndose se impuso en la sala. Había un grupo pequeño de personas. No eran más de quince.  Habían viajado desde distintos lugares del país para probar suerte y ver si podían o si les tocaba algo en propiedad de Genaro.

—Así, familiares y amigos. Voy a comenzar. —Avisó, el abogado seguido de una carraspeo limpiando su garganta. La viuda, sentada en la primera fila de la sala, apretó los ojos en desaprobación de tan asqueroso acto.

—Escrito el veintidós de julio de dos mil catorce a las diecisiete horas con veinte minutos. Yo, Genaro Eloy Gerundio, dispongo a declarar mis últimas voluntades y memorias en este documento oficial, avalado ante mis amigos y familiares. Como bien saben, yo, fui un dedicado conductor de metro y hasta el día de mi jubilación dispuse siempre de hacer mi trabajo como se requería, con profesionalismo y dedicación. Teniendo una sola falla el día en que por culpa de mi compañero de trabajo Joaquín Pardo, llegué ebrio a trabajar y digo su culpa porque era su cumpleaños y bebimos como malditos indigentes. Ese día, no solo me quedé dormido en un transcurso de estación a estación teniendo que hacer uso de un freno de emergencia debido a la calidad de mi estado, también vomité en el mando del control dejando sin operación la unidad por al menos media hora, hasta que los técnicos lograron reanudar el trabajo y me cubrieron, diciendo que era una falla por falta de mantenimiento, le echaron la culpa a otro técnico que llevaba poco tiempo y lo despidieron. Pero, desde ese día, juré no volver a fallar en el trabajo y lo cumplí. Al menos hasta un día que viaje 3 estaciones con la puerta abierta. Y lo acepto, alguien pudo haber muerto, pero no pasó nada. La gente no es tonta, no es como si se fueran a aventar. Démosle el respeto que se merecen a cada uno de los ciudadanos de esta ciudad. Y de nuevo confieso, ese mismo accidente de las puertas abiertas, pasó, tal vez unas 6, 7 u 8 veces más, creo. Bueno, después de 25 años de trabajo, sí me ahorré 5 años antes de mi jubilación sobornando a unos cuantos ejecutivos para acelerar mi trámite y espero que no comiencen a murmurar acerca del pedazo de basura que fui, porque en realidad les di unas muy buenas botellas y eso es prueba de mi generosidad. 25 largos años en los que viví de todo. Subiéndome una y otra vez en el monstruo de metal color naranja, navegando por distintos barrios y viendo como una y otra vez la gente peleaba para subirse en los vagones. Algunas veces que estaba aburrido, intentaba atraparlos en las puertas como si fueran moscas. Hey, de alguna forma debía divertirme. Ese trabajo me hizo comprarme 2 carros que están ahora lo suficientemente viejos, pero lo suficientemente nuevos como para hacer una balanza en la que su precio es una basura. Esos son para mis 3 hijos varones. Esos tres bastardos que solo agarraron lo que pudieron de mí y solo hacían una llamada para saludarme cada año. Inclusive en año nuevo, pensando que llegarían a visitarme, les preparé una gran comida y en “preparé” me refiero a que puse a cocinar a su mamá para que ustedes, tercia de huevones malagradecidos, ni siquiera se dignaran en llegar. Les dejo dos carros para que recuerden que tienen que pelear por algo en la vida. Así que uno de ustedes, el más idiota, terminará por quedarse con las manos vacías. Ah, y alguna vez oriné en uno de los asientos traseros. ¿En cuál carro? No lo sé. Averígüenlo. A mi querida esposa, fiel como mi gran perro de la infancia: Skipper. Ese perro desgraciado perro que huyó de mi vida y se escapó en cuanto pudo para jamás volver. Bueno, querida Matilde, tú no huíste, pero te acostabas con mi mejor amigo. ¿Y creías que no reconocería su perfume? Si yo se lo regalé estúpida. Bueno tú recibirás una deuda. Una deuda construida con empeño y esfuerzo especial para ti. Una cuenta de 20 años en un burdel. Créeme, que todo valió la pena y en cada una de mis visitas pensé en ti. Si no puedes pagarla, creo que puedes pedirle ayuda a mi mejor amigo. Seguro encontrará la manera apoyarte. Y bueno pasando al final, con mi querida hija. ¿Qué mas te puedo dar? Tú, tu esposo y tus hijos han obtenido todo. ¿Qué esperaban? ¿Un riñón? ¿Un pulmón? Mira que embarazarte a los 15 fue una cosa bastante estúpida.  ¿Pero volverte a embarazar a los 16? Hasta una niña con síndrome de down sabría que eso ni siquiera es digno de una retrasada. Sin vocación, sin trabajo, sin estudios.  Y tu cónyuge nunca me cayó mal, siempre fue bastante atento. Hasta el día que te golpeó ebrio. Mira que te lo merecías, alguien debía golpearte desde hace mucho. Pero no debió hacerlo enfrente de la policía en aquel restaurante. Solo hizo un alboroto lo bastante grande como para terminar encerrado en el torito. El desgraciado regresó con piojos y me contagió. Por una semana no pude dejar de rascarme la cabeza. En fin, a ustedes les dejo el departamento 32 en la esquina de Horacio y Barragán. Con una increíble terraza en la que vi muchos atardeceres y en las que si un día quieren escapar, podrán saltar y morir sin ningún problema. Todo lo demás de mi dinero ya ha sido repartido y no queda más. Nadie se merece nada después de haberme mandado a un asilo con el dinero de mi propia jubilación. Me rompieron el corazón. Miren que esperaba verlos sufrir limpiándome la mierda del trasero y alguien más tuvo que hacerlo por ustedes. Si aún tuviera dinero, se lo daría al técnico que limpió mi vomitada en el accidente en el metro. Fue el único que pudo limpiar mi suciedad. Ahora, váyanse y hagan algo bueno de sus vidas. No los extrañaré. —Terminó el abogado.

La sala se llenó de una extraña sensación de dolor y pena. Nadie podía decir nada. La viuda dejó de fingir su llanto. Algunos voltearon a verla. Unos más, salieron rápidamente.

—¿Alguien quiere que lo lea de nuevo? —Preguntó el abogado. Nadie contestó.

Reflexiones Caninas.

Los perros se deslizan en este mundo sin cobardía, sin ambición, sin temor, sin desilusión. Pues no conocen lo que para nosotros podría terminar en dolor. Los caninos buscan en el ser humano, es decir en sus dueños, protección. Se saben indefensos ante las reacciones de las personas y con el tiempo, su raza aprendió que debe respetar a la gente que camina en 2 patas. Y qué decir de los humanos, que algunas veces terminan siendo más salvajes que los perros. Es triste pensar que los humanos vemos a los perros como pequeños tapones de nuestros huecos emocionales o territoriales. Para los humanos los perros terminan por ser pasaderos, nunca son eternos, para muchos, siempre habrá un reemplazo. Si a Fido lo atropella un carro, si a Pulgoso le da rabia, si Pongo se lanza a una barranca. Siempre habrá en nuestra mente una reencarnación de ese fantasma. Siempre volverá en nuestro pensamiento la suave esencia del perro anterior. Formando una cadena.

 

Lo triste no es eso. Lo triste es que para el perro. Dueño solo hay uno. El que cuida, el que lo alimenta, el que lo baña, el que le da cama, el que le da techo o cobijo. Para la vida de un perro su dueño lo es y lo será todo. Porque a él le dura toda su vida. Desde que nace hasta que muere, se supone, que el dueño debería estar ahí. Y eso lo ilusiona. Un perro nace ilusionado, nace con esa idea. Es su mantra. Su religión. Un perro no condena con prejuicios, un perro siente y se asegura de sentir. El perro siempre es fiel a sus sentimientos.

 

Si los perros nunca llegaran a conocer el peligro, nunca morderían.

No hay mañana.

Despertó. Rodeado de suciedad, de escombros, de hierbas secas en medio de una lancha a mitad de un lago. El bote apenas se mecía. Era una serenidad perturbadora, era una calma incómoda que resaltaba el silencio y la incapacidad de las cosas por moverse. Incluso el vaivén de las olas del lago parecían de un cuadro espectral. El tipo de pintura que más que deleitar causa pánico. Las nubes en el viento acechaban. Sus formas eran sacadas de antiguos cuentos de horror y cada una de ellas molestaba más que la anterior.

Se asomó con temor hacia el fondo del lago. Vio millones de manos agitando. Moviendo con desesperación los dedos. Como si tuvieran segundos de vida y su tiempo fuera limitado. Como si tuvieran que alcanzar algo para subsistir. Una de ellas alcanzó el borde del bote. El bote se movió en seguida. El bote comenzó a inclinarse. Sus ojos observaban las manos acercarse a él. No había escapatoria. Las manos todavía no lo tocaban y ya le quemaban la piel. Alcanzaron su pie. Alcanzaron sus manos. Alcanzaron sus hombros. Comenzó a hundirse. Las manos lo jalaban. Le tocaban la cara. Dejó de ver. Se hundió.

Despertó. Estaba adentro de un armario. Parecía que estaba escondido. Afuera del armario se oía una respiración. Por la rendija de las puertas del armario. Se veía una silueta con una hacha. Lo estaba buscando.

Estaba en otra pesadilla más.

Melodía de ayer.

Los sonidos que emite un caja musical llegan más allá del oído: llegan a la mente, al estómago, al corazón; persisten para siempre en el pozo de la conciencia humana y hacen eco desde la realización de éstos, hasta el porvenir de todo.

La vida de una bailarina con la carrera truncada es de las cosas más tristes que existen. Augurar un éxito sin contar con la herramienta adecuada para obtenerla puede resumirse en vivir a expensas de una desesperanza interna, una realidad difícil de aceptar.

Tin-tin tin tin.

Aquella bailarina con la rodilla rota, estaba acostada sobre la alfombra. Acostada sobre sus sueños, ocultándolos de la vista ajena, arrebatándolos del panorama y guardándoselos para ella misma. Los apartaba de la realidad. En su mente ella era niña otra vez, era la pequeña que corría por la sala de su casa con 3 globos de diferentes colores. Estaba recreando el momento que más feliz la hacía.

Tin-tin tintin tin.

Su rodilla dolía y al mismo tiempo que el dolor se hacía más agudo, la visión de su recuerdo cambiaba. Veía el día en que bailando, su compañero de baile tuvo el peor error de su carrera. Un mal agarre de la cadera que terminó en un grave accidente. La bailarina cayó y todo su alrededor se hizo junto con su rodilla al tocar el suelo. Después de muchas operaciones, todo fue en vano, la bailarina jamás pudo volver a bailar.

Tin-tin tin tin.

Pero todo el recuerdo de querer ser bailarina no fue propio, todo fue obra de los lazos maternales. Su madre a través de obligaciones hizo lo que creía mejor para su hija y ésta, sin poder decir nada, tuvo que acotarlo. Las negaciones siempre fueron ilusas, su madre estaba empeñada a que su hija bailara. Y justo en esos días la infancia desaparecía y la bailarina comenzaba a aparecer.

Tin-tin tin…

La caja de música paró. Se le acabó la cuerda. La bailarina sintió horrible de ver que la pequeña figura arriba de la caja musical ya no se movía. Ella, inmersa en la tonada, en su mundo en la figura. Estaba ahí, inmóvil junto con todo. Porque al mismo tiempo que se detenía el accionar del mecanismo de la caja, su fantasía se pausaba. Aquella bailarina, odiaba ver que la figura de la niña arriba de la caja musical dejara de moverse con alegría con sus tres globos en la mano. Sin esa tonada, todo perecía.

La raíz.

El trabajo alimenta el espíritu o, más concretamente, al raciocinio social. Pues somos parte de una estructura cual tabique en muralla o grano de arena en fortaleza. No podemos avanzar sin colaborar o tener un puesto productivo en la sociedad. Pero, ¿cuál es el mensaje que los altos pilares de una organización instruyen en los colaboradores? ¿De qué vive la flama que calienta los motores de una institución? Porque no es una motivación al trabajo, no es una intuición colaborativa sino un abstracto sentimiento que denota la sumisión del individuo pero no la sumisión de un grupo. Es decir, en conjunto las personas somos algo, pero en solitud, la instancia de la mente o el esfuerzo de la memoria que anuncia lo que somos se morfea en algo diferente.

Un trabajo no es un proceso, ni una estancia, ni un status. El trabajo es una sociedad en la que se vive o está, se puede decir que el trabajo es en realidad lo que somos, para lo que servimos o para lo que nos hemos preparado. Cuando una persona como individuo deja de pertenecer a un trabajo, la razón de ser, se mueve cual placa tectónica y transforma todo lo que está debajo de nosotros.

A lo que va, el hombre se cría desde pequeño para ser parte de un trabajo, ser parte de una corporación, conseguir dinero y ser entonces productivo. Pero no es a base de motivación que esto se introduce a la mente, es a base de instrucción. Desde pequeños crecemos para pertenecer a alguien que nos pague por jodernos. ¿La raíz entonces de la estructura actual es ésa? Porque establecernos, vivir para nosotros, desarrollar un ego en razón de una estructura construida por el individuo y para el individuo no existe en la razón del pensamiento de la base en sí. Tal cual como alinear un árbol desde que es pequeño para cuando sea grande sirva como sombra; siendo pequeña su frágil corteza no puede poner resistencia. La opulencia de la resistencia en la madurez es indiferente para la estructura; no hay respuesta alguna si desde los inicios no se materializa un grueso punto de partida para el individuo mismo.

El escritor y el ladrón.

La ventana estaba abierta y mientras el brillo de la luna se filtraba hasta dar en el lustroso piso laminado, también aquel ladrón entraba con increíble destreza. La casa estaba sola, todos se habían ido de viaje, menos el padre de la familia. Él se había quedado a terminar su escrito: “Ensayo de la madre tierra”. Era una obra que hablaba de lo mucho que la naturaleza le había dado a los humanos y cómo, éstos, lo desaprovechaban día con día. El escritor se encontraba inmerso en su pequeño computador portátil, la luz del cuarto era tenue y a lo lejos un estéreo reproducía música clásica.

El ladrón sabía a qué había entrado: la caja fuerte. Una inmensa fortuna se encontraba en la caja fuerte, al sacar el dinero de la caja fuerte, sus deudas serían eliminadas y además podría vivir con lujo. Sabía que lo conseguiría, no había obstáculo alguno.  Ni el escritor podría detenerlo. Siguió caminando hacia la sala en la que estaba la caja fuerte, lo había estudiado todo. Éste era el día en el que cambiaría todo. Mientras se acercaba a la habitación a la que tenía que llegar, la música se escuchaba más fuerte.

Las teclas del ordenador sonaban cada vez más fuerte, los dedos azotaban con furia cada una de las teclas y la pantalla se llenaba velozmente de pequeños signos digitales. La música acabó por un segundo, al mismo tiempo, el escritor se detuvo a pensar, comenzó la siguiente canción y éste continúo.

La duela de las escaleras sonó mientras el ladrón depositaba su pie con cautela, siguió hacia la habitación sin emitir ningún sonido. Abrió la puerta y vio ahí al escritor, concentrado, la música le ayudaría, él no imaginaba nada. Todo estaba postrado para que cometiera su más anhelada misión. Avanzó, se puso a un metro de distancia del escritor, sacó una pistola con silenciador y apuntó a la cabeza.

El escritor estaba por culminar el capítulo 6 de su ensayo, sabía que tenía que empezar a sentenciar el clímax y describir la conclusión, pero todavía no tenía en mente cómo lo haría. La discusión interna en su cabeza era constante, ¿cómo debía hacerlo? ¿El secreto era comenzar a desglosar con ejemplos?¿O describirlo con un solo ejemplo y tirar las posibilidades con un golpe aturdidor? Nada era claro. Escuchó un pequeño sonido, fue como un pequeño clic en el horizonte. Al intentar voltear se escuchó una fuerte explosión y todo se volvió blanco.

Al instante un hombre despertaba de un sueño, había sido un sueño que le había cambiado la perspectiva de muchas cosas. ¿Será que había visto su futuro? Todo lo que estaba planeado tenía una importante culminación y no lo estaba aprovechando. Era el momento, lo tenía en mente y ya había visto claro la oportunidad de su vida.

Jaló una pequeña caja de cartón debajo de la cama y de ella sacó una pistola adaptada con un silenciador. Aquel ladrón, sabía que era su día de suerte.

Un viaje.

1

 

-Disculpe señor, ¿Qué trae adentro de su maleta?- Preguntó el guardia del aeropuerto mientras colocaba una gran maleta en la banda transportadora de la máquina de rayos X.

 

-Pertenencias y uno que otro recuerdo para un familiar.- Decía el Sr. H con un semblante serio pero la frente repleta de sudor frío.

 

-Parece que tenemos un problema, puedes venir un segundo.- Dijo la oficial que manejaba la máquina de rayos X a su compañero que custodiaba el detector de metales.

 

En ese mismo instante el Sr. H tuvo ante sus ojos una pasarela de imágenes, sonidos y emociones.

 

2

 

Tarde de verano, 3:17 de la tarde. El Sr. H había salido temprano del trabajo, el calor era agobiante y sentía como la camisa lastimaba su cuello con el constante rozar de la tela combinada con el sudor. Su economía estaba limitada y tenía que usar el agobiante transporte público día tras día, por años había tratado de comprar un carro que se adaptara a sus necesidades  económicas, pero nunca lo había logrado, siempre había gastos más importantes. Prioridades. Era un hombre casado y eso incluía gastos compartidos, cuando deseaba comprarse unos zapatos, su esposa necesitaba un vestido nuevo, cuando quería comprarse una corbata, su esposa necesitaba pendientes, cuando requería una camisa nueva, su esposa pedía cortinas para su casa. Esto siempre resultaba molesto, pero en el fondo sabía que le gustaba ver feliz a su esposa, nada lo ponía más contento que eso.

 

Desde hace un tiempo, el Sr. H deseaba tener unas vacaciones con su esposa; todavía no decidía el lugar, ni el momento, pero quería hacerlo, quería tener un fin de semana solo para ellos dos y olvidar el estrés diario. No había mucho dinero, pero se encargaba de hacer pequeños sacrificios para juntar ese dinero, evitaba comidas caras, fiestas, reuniones en bares o restaurantes y siempre evadía excederse en caprichos. Era difícil pero todo lo hacía pensando en su esposa. Esa misma tarde pasó a una agencia de viajes, preguntó por la mejor tarifa que se pudiera tener para un pequeño viaje a Huatulco.

 

-2 personas, el mejor hotel que tenga e inclúyame todos los preparativos para una cena especial a la luz de las velas junto al mar, que en esa cena no se escatimen gastos por favor, es para mi esposa, espero que le guste.- Al decir esto, sintió un dolor agudo en su estómago y una gota de sudor recorrer su frente.

 

 

 

 

3

 

Una gota de sudor caía de la frente del Sr. H, el guardia de seguridad del aeropuerto lo llamó: -Señor, disculpe, puede acercarse a ver esto.-

 

-Am….le juro que no sé….- Respondía temeroso el Sr. H.

 

-Señor, queremos pedirle disculpas, al parecer su maleta se atoró en la máquina y se rasgó un poco de la orilla, pero puede pasar a atención a clientes y se le dará una bonificación…- Decía el guardia.

 

-No, no es nada no se preocupe, solo quiero abordar el avión… gracias.- El Sr. H interrumpió mientras corría hacia la sala de abordaje.

 

4

 

-Bien ya está, avión en primera clase, habitación de lujo y cena privada. ¿Le puedo ayudar en alguna otra cosa?- Preguntó la encargada de la agencia de viajes.

 

-No, es todo lo que necesitaba, gracias.- El Sr. H recogió su portafolio y salió del lugar,  mientras iba hacia el transporte público que lo llevaba a su casa se imaginaba el viaje, la cena, los momentos que podría pasar con ella. Todo lucía perfecto, creía que no podría haber mejor regalo para su esposa que lo que había pensado. Creía que algo así, lo acercaría a su esposa.

 

Al subir al transporte público, vio a lo lejos a una pareja peleando, siempre que veía algo así, se preguntaba por qué la gente deseaba estar con alguien con quien tenía que enojarse o sentirse agredido o molestarse o mentirle, era increíble que el ser humano necesitara cobijarse con los sentimientos de otra persona indeseable. Creía que era horrible mantener recargadas las emociones a la deriva de una coordinación entre 2 personas y lo peor de todo, sentirse completamente dependiente de un frustrado pensamiento de impedir siempre una separación. Las cosas no podían ser así, sin embargo, lo eran, no sabía cómo o por qué, pero lo eran y eso era feo. Él se creía situado en un buen lugar, su vida era cómoda y, junto con su esposa, estaban en un nicho en el que podían pasar y arreglar todo. Su mundo era perfecto. Eso era lo que creía.

 

Se bajó del transporte público y caminó hacia su casa. Mientras tanto pensaba en esa pobre pareja, eran jóvenes, podrían vivir nuevas emociones y enterrar las viejas. No tenían nada que temer. A lo lejos se veía su casa. Ya casi estaba ahí.

 

5

 

-¿Qué es ese olor? ¿Es como algo podrido?- Decía una señora mientras pasaba al lado del Sr. H., éste solo veía el reloj y ya casi era hora de partir. Sus ojos, se volvían blancos de repente y su mente, en pausa desde hace unos días, no daba indicios de volver a ser la que era antes. Miraba el reloj atentamente y percibía justo el momento preciso en que el minutero avanzaba; cada vez que lo veía moverse era un pequeño alivio. Se preguntaba si su decisión había sido la correcta, si sus acciones habían sido las adecuadas, sabía que habría complicaciones pero ya no podía echarse para atrás. Lo hecho ya estaba hecho y aunque lo deseara con todas sus fuerzas no podría escapar de sus decisiones.

 

-Los pasajeros del vuelo 474B con destino a Puerto Vallarta, favor de presentarse en la puerta B.- Se escuchó en el altavoz de la sala de espera.

 

El Sr. H se levantó lentamente y caminó hacia la puerta B. Mientras caminaba, el camino se movía, se hacía lejano y se transformaba, entregó la maleta en la casilla de equipaje. El empleado la agarró y con un fuerte movimiento la azotó sobre la báscula.

 

–Con cuidado por favor, que hay cosas ahí que se pueden romper…- Reclamó el Sr. H.

El empleado asintió con la cabeza y no dijo nada. El Sr. H se tocó la cien con la mano temblorosa, vio el avión a lo lejos y pronunció con nervio en voz baja: -Te voy a extrañar.-

 

6

 

-Solo una cuadra más y ya llego.- Se decía el Sr. H, veía su casa a lo lejos, seguía avanzando y el camino parecía eterno. Había una niña y un niño jugando con una pequeña alberca en una de las casas por las que pasaba. Se aventaban agua y reían, las risas sonaban como eco en una calle que parecía vacía. Las sonrisas eran encantadoramente siniestras. Se detuvo un segundo y los vio.

 

En su mente, se vio a él jugando con los niños, riendo con ellos, tomando a su esposa de la cintura y bebiendo un gran vaso de limonada. Persiguiendo a los niños. Los niños corriendo hacia él, brincando y cayendo los 3 al suelo. Riéndose, gritando, emocionándose.

 

Despertó con una fría brisa de aire que le recorrió la espalda, siguió su camino, los niños también entraron a su casa.

 

Su esposa nunca había querido tener hijos, creía que no hacían falta. Él, desentrañándose de la renuencia a esa idea, aceptó los ideales de su mujer. Accedió, calló  y jamás pudo decir nada.

 

7

 

Las turbulencias eran terribles. Jamás se habría imaginado algo así, era un viaje corto, pero el viaje más funesto de su vida.

 

-Desea algo de beber señor.- Le preguntó una azafata.

-Agua con muchos hielos.- Respondió el Sr. H.

-Claro en un momento se la traigo.- Dijo la azafata, le sonrió y caminó.

 

Su mano no dejaba de temblar, se encontraba recargada en el descansabrazos y sus nervios alterados parecían no calmarse. El lamento de un bebé sonó en algún lugar atrás de él, el chillido resonaba a lo largo del avión y se cimbraba en la raíz de su tímpano. De repente otra turbulencia, otro chillido, más temblor. Gotas de sudor que resbalaban de su frente.  Un caos creciente, una anarquía de temor.

 

-Aquí está su agua.- Le dijo la azafata.

El Sr. H mantuvo la cordura en cuanto escuchó a la mujer con uniforme, recibió el vaso y lo colocó en la repisa de alimentos.

-Gracias, muy amable.- Contestó sin chistar. -¿Cree que falte mucho para que lleguemos?.-  Agregó desconcertado.

-No, no falta mucho, si quiere, puede ir poniéndose el cinturón de una vez.- Contestó la azafata, sonrió de nuevo y caminó a lo largo del infinito pasillo de avión.

 

El Sr. H se colocó el cinturón, se asomó por la ventanilla, le dio un sorbo a su vaso con agua y cerró los ojos. En su mente solo estaba su esposa observándolo, asustada, estremecida, arrepentida. En su mente había enojo, coraje, delirio, recuerdos. Le dio otro sorbo a su vaso con agua.

 

En sus pensamientos, todo era transparente e irreal. No había cordura, elocuencia, ni sincronía.

 

 

8

 

Uno siempre se pregunta: ¿Qué hace la gente en ausencia de uno? ¿Qué se dice, piensa o platica cuando uno está ausente? ¿De cuántos tópicos en las conversaciones nos hemos perdido? ¿Cuántas cosas impresionantes nos hemos perdido? ¿Y todo lo que nos causaría alguna reacción? ¿Cambiarían las cosas si supiéramos todo eso?

 

El Sr. H abrió la puerta de su casa con mucho cuidado para no hacer ningún ruido, era temprano, sabía que sorprendería a su esposa. Entró, la buscó en la cocina y no estaba. Subió las escaleras con discreción. Al subir y postrarse frente a la puerta de su cuarto, supo todo lo que estaba ocurriendo. Los gemidos de satisfacción de su esposa con otro hombre serían su ruina, ruidos ensordecedores que en su mente se hicieron imágenes. Imágenes que en sus manos se hicieron dolor. Dolor que se hizo demencia.

 

Agarró un candelabro que tenía cerca, éste se fundió con su mano y perdió por completo sus propiedades de candelabro, ahora era una objeto de rencor, odio y vapulación.

 

Desde afuera de la casa se escuchaban gritos de lamento, ira, espanto, dolor y horror. Sonidos que hubieran aterrorizado a cualquiera, pero no había nadie cerca de ahí que pudiera escucharlos.

 

9

 

El Sr. H esperaba por su equipaje a un lado del carrusel, en cuanto apareció su maleta la sala se llenó de un hedor sofocante, un infecto olor que invadió la sala con putrefacción. La agarró y habló de nuevo en voz baja: -Te va a encantar este lugar.-

 

Caminó a la salida del hospital. Una ligera gotera de sangre escurría de la maleta y dejaba un rastro. La gente se asustaba, cada vez llamaba más y más la atención de todos.

 

Al llegar a la salida, había un retén de policías esperándolo. Al verlo dejó la maleta en el suelo, se sentó a un lado de ésta y la abrazó.

 

Los rayos del sol tornaban la escena de un color naranja, la sangre seguía escurriendo y formaba un pequeño charco alrededor de la maleta. El brillo del sol era cada vez más fuerte. Los policías se acercaban lentamente hacia él y él con lágrimas en los ojos apretaba fuertemente la maleta murmurando constantemente el nombre de su esposa.