1
-Disculpe señor, ¿Qué trae adentro de su maleta?- Preguntó el guardia del aeropuerto mientras colocaba una gran maleta en la banda transportadora de la máquina de rayos X.
-Pertenencias y uno que otro recuerdo para un familiar.- Decía el Sr. H con un semblante serio pero la frente repleta de sudor frío.
-Parece que tenemos un problema, puedes venir un segundo.- Dijo la oficial que manejaba la máquina de rayos X a su compañero que custodiaba el detector de metales.
En ese mismo instante el Sr. H tuvo ante sus ojos una pasarela de imágenes, sonidos y emociones.
2
Tarde de verano, 3:17 de la tarde. El Sr. H había salido temprano del trabajo, el calor era agobiante y sentía como la camisa lastimaba su cuello con el constante rozar de la tela combinada con el sudor. Su economía estaba limitada y tenía que usar el agobiante transporte público día tras día, por años había tratado de comprar un carro que se adaptara a sus necesidades económicas, pero nunca lo había logrado, siempre había gastos más importantes. Prioridades. Era un hombre casado y eso incluía gastos compartidos, cuando deseaba comprarse unos zapatos, su esposa necesitaba un vestido nuevo, cuando quería comprarse una corbata, su esposa necesitaba pendientes, cuando requería una camisa nueva, su esposa pedía cortinas para su casa. Esto siempre resultaba molesto, pero en el fondo sabía que le gustaba ver feliz a su esposa, nada lo ponía más contento que eso.
Desde hace un tiempo, el Sr. H deseaba tener unas vacaciones con su esposa; todavía no decidía el lugar, ni el momento, pero quería hacerlo, quería tener un fin de semana solo para ellos dos y olvidar el estrés diario. No había mucho dinero, pero se encargaba de hacer pequeños sacrificios para juntar ese dinero, evitaba comidas caras, fiestas, reuniones en bares o restaurantes y siempre evadía excederse en caprichos. Era difícil pero todo lo hacía pensando en su esposa. Esa misma tarde pasó a una agencia de viajes, preguntó por la mejor tarifa que se pudiera tener para un pequeño viaje a Huatulco.
-2 personas, el mejor hotel que tenga e inclúyame todos los preparativos para una cena especial a la luz de las velas junto al mar, que en esa cena no se escatimen gastos por favor, es para mi esposa, espero que le guste.- Al decir esto, sintió un dolor agudo en su estómago y una gota de sudor recorrer su frente.
3
Una gota de sudor caía de la frente del Sr. H, el guardia de seguridad del aeropuerto lo llamó: -Señor, disculpe, puede acercarse a ver esto.-
-Am….le juro que no sé….- Respondía temeroso el Sr. H.
-Señor, queremos pedirle disculpas, al parecer su maleta se atoró en la máquina y se rasgó un poco de la orilla, pero puede pasar a atención a clientes y se le dará una bonificación…- Decía el guardia.
-No, no es nada no se preocupe, solo quiero abordar el avión… gracias.- El Sr. H interrumpió mientras corría hacia la sala de abordaje.
4
-Bien ya está, avión en primera clase, habitación de lujo y cena privada. ¿Le puedo ayudar en alguna otra cosa?- Preguntó la encargada de la agencia de viajes.
-No, es todo lo que necesitaba, gracias.- El Sr. H recogió su portafolio y salió del lugar, mientras iba hacia el transporte público que lo llevaba a su casa se imaginaba el viaje, la cena, los momentos que podría pasar con ella. Todo lucía perfecto, creía que no podría haber mejor regalo para su esposa que lo que había pensado. Creía que algo así, lo acercaría a su esposa.
Al subir al transporte público, vio a lo lejos a una pareja peleando, siempre que veía algo así, se preguntaba por qué la gente deseaba estar con alguien con quien tenía que enojarse o sentirse agredido o molestarse o mentirle, era increíble que el ser humano necesitara cobijarse con los sentimientos de otra persona indeseable. Creía que era horrible mantener recargadas las emociones a la deriva de una coordinación entre 2 personas y lo peor de todo, sentirse completamente dependiente de un frustrado pensamiento de impedir siempre una separación. Las cosas no podían ser así, sin embargo, lo eran, no sabía cómo o por qué, pero lo eran y eso era feo. Él se creía situado en un buen lugar, su vida era cómoda y, junto con su esposa, estaban en un nicho en el que podían pasar y arreglar todo. Su mundo era perfecto. Eso era lo que creía.
Se bajó del transporte público y caminó hacia su casa. Mientras tanto pensaba en esa pobre pareja, eran jóvenes, podrían vivir nuevas emociones y enterrar las viejas. No tenían nada que temer. A lo lejos se veía su casa. Ya casi estaba ahí.
5
-¿Qué es ese olor? ¿Es como algo podrido?- Decía una señora mientras pasaba al lado del Sr. H., éste solo veía el reloj y ya casi era hora de partir. Sus ojos, se volvían blancos de repente y su mente, en pausa desde hace unos días, no daba indicios de volver a ser la que era antes. Miraba el reloj atentamente y percibía justo el momento preciso en que el minutero avanzaba; cada vez que lo veía moverse era un pequeño alivio. Se preguntaba si su decisión había sido la correcta, si sus acciones habían sido las adecuadas, sabía que habría complicaciones pero ya no podía echarse para atrás. Lo hecho ya estaba hecho y aunque lo deseara con todas sus fuerzas no podría escapar de sus decisiones.
-Los pasajeros del vuelo 474B con destino a Puerto Vallarta, favor de presentarse en la puerta B.- Se escuchó en el altavoz de la sala de espera.
El Sr. H se levantó lentamente y caminó hacia la puerta B. Mientras caminaba, el camino se movía, se hacía lejano y se transformaba, entregó la maleta en la casilla de equipaje. El empleado la agarró y con un fuerte movimiento la azotó sobre la báscula.
–Con cuidado por favor, que hay cosas ahí que se pueden romper…- Reclamó el Sr. H.
El empleado asintió con la cabeza y no dijo nada. El Sr. H se tocó la cien con la mano temblorosa, vio el avión a lo lejos y pronunció con nervio en voz baja: -Te voy a extrañar.-
6
-Solo una cuadra más y ya llego.- Se decía el Sr. H, veía su casa a lo lejos, seguía avanzando y el camino parecía eterno. Había una niña y un niño jugando con una pequeña alberca en una de las casas por las que pasaba. Se aventaban agua y reían, las risas sonaban como eco en una calle que parecía vacía. Las sonrisas eran encantadoramente siniestras. Se detuvo un segundo y los vio.
En su mente, se vio a él jugando con los niños, riendo con ellos, tomando a su esposa de la cintura y bebiendo un gran vaso de limonada. Persiguiendo a los niños. Los niños corriendo hacia él, brincando y cayendo los 3 al suelo. Riéndose, gritando, emocionándose.
Despertó con una fría brisa de aire que le recorrió la espalda, siguió su camino, los niños también entraron a su casa.
Su esposa nunca había querido tener hijos, creía que no hacían falta. Él, desentrañándose de la renuencia a esa idea, aceptó los ideales de su mujer. Accedió, calló y jamás pudo decir nada.
7
Las turbulencias eran terribles. Jamás se habría imaginado algo así, era un viaje corto, pero el viaje más funesto de su vida.
-Desea algo de beber señor.- Le preguntó una azafata.
-Agua con muchos hielos.- Respondió el Sr. H.
-Claro en un momento se la traigo.- Dijo la azafata, le sonrió y caminó.
Su mano no dejaba de temblar, se encontraba recargada en el descansabrazos y sus nervios alterados parecían no calmarse. El lamento de un bebé sonó en algún lugar atrás de él, el chillido resonaba a lo largo del avión y se cimbraba en la raíz de su tímpano. De repente otra turbulencia, otro chillido, más temblor. Gotas de sudor que resbalaban de su frente. Un caos creciente, una anarquía de temor.
-Aquí está su agua.- Le dijo la azafata.
El Sr. H mantuvo la cordura en cuanto escuchó a la mujer con uniforme, recibió el vaso y lo colocó en la repisa de alimentos.
-Gracias, muy amable.- Contestó sin chistar. -¿Cree que falte mucho para que lleguemos?.- Agregó desconcertado.
-No, no falta mucho, si quiere, puede ir poniéndose el cinturón de una vez.- Contestó la azafata, sonrió de nuevo y caminó a lo largo del infinito pasillo de avión.
El Sr. H se colocó el cinturón, se asomó por la ventanilla, le dio un sorbo a su vaso con agua y cerró los ojos. En su mente solo estaba su esposa observándolo, asustada, estremecida, arrepentida. En su mente había enojo, coraje, delirio, recuerdos. Le dio otro sorbo a su vaso con agua.
En sus pensamientos, todo era transparente e irreal. No había cordura, elocuencia, ni sincronía.
8
Uno siempre se pregunta: ¿Qué hace la gente en ausencia de uno? ¿Qué se dice, piensa o platica cuando uno está ausente? ¿De cuántos tópicos en las conversaciones nos hemos perdido? ¿Cuántas cosas impresionantes nos hemos perdido? ¿Y todo lo que nos causaría alguna reacción? ¿Cambiarían las cosas si supiéramos todo eso?
El Sr. H abrió la puerta de su casa con mucho cuidado para no hacer ningún ruido, era temprano, sabía que sorprendería a su esposa. Entró, la buscó en la cocina y no estaba. Subió las escaleras con discreción. Al subir y postrarse frente a la puerta de su cuarto, supo todo lo que estaba ocurriendo. Los gemidos de satisfacción de su esposa con otro hombre serían su ruina, ruidos ensordecedores que en su mente se hicieron imágenes. Imágenes que en sus manos se hicieron dolor. Dolor que se hizo demencia.
Agarró un candelabro que tenía cerca, éste se fundió con su mano y perdió por completo sus propiedades de candelabro, ahora era una objeto de rencor, odio y vapulación.
Desde afuera de la casa se escuchaban gritos de lamento, ira, espanto, dolor y horror. Sonidos que hubieran aterrorizado a cualquiera, pero no había nadie cerca de ahí que pudiera escucharlos.
9
El Sr. H esperaba por su equipaje a un lado del carrusel, en cuanto apareció su maleta la sala se llenó de un hedor sofocante, un infecto olor que invadió la sala con putrefacción. La agarró y habló de nuevo en voz baja: -Te va a encantar este lugar.-
Caminó a la salida del hospital. Una ligera gotera de sangre escurría de la maleta y dejaba un rastro. La gente se asustaba, cada vez llamaba más y más la atención de todos.
Al llegar a la salida, había un retén de policías esperándolo. Al verlo dejó la maleta en el suelo, se sentó a un lado de ésta y la abrazó.
Los rayos del sol tornaban la escena de un color naranja, la sangre seguía escurriendo y formaba un pequeño charco alrededor de la maleta. El brillo del sol era cada vez más fuerte. Los policías se acercaban lentamente hacia él y él con lágrimas en los ojos apretaba fuertemente la maleta murmurando constantemente el nombre de su esposa.