Diario Medieval

El sol se reflejaba en la hoja de metal mientras esta descendía rápidamente hasta cortar el cuello de aquel proscrito tuerto encontrado en aquel lugar de venta, mismo que había quedado clausurado a orden del ministerio por deber impuestos ante la ley. Lloró, suplicó, imploró, pidió a todos los santos, a todas las vírgenes, ofreció puercos, borregos, vacas, semillas, frutos, terrenos, casas, hijas, esposas; sin embargo se hizo caso omiso a su triste y decadente lloriqueo. Recordaré siempre sus últimas palabras: «Aquí se juzga sin justicia, aquí se muere la honestidad, aquí no hay valientes ni correctos, aquí lo moral se pierde en pulcridaaaaaaaaaaaaa», justo al caer la hoja; esa última vocal se quedó en gorgoteo de sangre. La gente exclamó al unísono el particular «oh»  que identificaba el final de cada ejecución, la gente se daba la vuelta y siguió con sus deberes sin pensar acaso el porqué de la muerte de este pobre bastardo. Su familia y niños se quedaban llorando viendo el cuerpo desfallido de su padre al mismo tiempo que  otras dos mujeres, cómplices del adulterio socabado por el ejecutado lloraban a escondidas de la familia en el centro.

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